Federico L. Baggini
"En espera de esperar tropecé con 
lo inesperado: 
un adiós sin querer, 
 la piel  de una mariposa 
revoloteando en mi vientre."

Federico L. Baggini
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Fragmentos de
"Iteraciones"


Rupturas de la epopeya


​ Qué es el tiempo sino una vindicación de la música,
Qué es el cielo más allá del engaño,
Qué es el presente antes de la nostalgia,
 
Qué es la rutina y esa convicción improbable del tejido,
Qué es la madeja, el devaneo y la reconstrucción de los cristales,
Qué es la tiniebla en lo propicio, y la evocación del beso por enunciar,
 
Qué es el agua giratoria,
la vigilia de la estatua que en sus modos nos repite,
Y los huecos del polvo antes del trémulo umbral.
 
Qué es el hombre, el ambiguo dolor,
Qué es el hombre, el lenguaje de las diez sombras arca-nas,
Qué es el hombre, semejante goteo prosaico,
 
Qué es la criatura, diversidad de rostro,
Qué es el antifaz, cáliz, cuenco, brebaje,
Qué es el viento, discípulo del invierno mediano,
 
Qué es el color, la vaguedad de no saberse inmenso,
Qué es el abrazo, el álgebra y la invención de los rece-los,
Qué es la mañana, presencia reversible del sur (Adrogue, Berazategui y tanto más),
 
Qué es el héroe sin su nombre,
Qué del tiempo, del cielo, del reciente,
Qué de la usanza, de la cuerda, de la tiniebla,
 
Qué es el prodigo, sin su palabra:
Qué del agua, la vigilia, y los huecos,
Qué del dolor,
 
Qué es la cruz, sin su epitafio:
Qué del viento,
Qué de las articulaciones,
Qué de la agonía, de la fiebre.
 
Qué es la armonía, rima desesperada de los espejos:
Qué del ejemplo, del follaje de la utopía liberada.

​​​Breve biografía adjetivada de Eduardo Héctor Svetliza
​

Eduardo Héctor Svetliza nació un enero, mil novecientos cincuenta años después de Cristo, afirman ciertos historiadores ansiosos por reproducir el dogma. A los veintiséis años de edad, bajo el rango de cabo primero, formó parte de la infantería armada Argentina. Aquellas huestes llevaron a cabo lo que tiempo después se deformaría bajo el nombre de proceso de reorganización nacional, variaciones imperecederas circunscriptas a las postrimerías de Sudamérica.

Cuando allegados ocasionales examinaban los sustentos de su accionar (perseguir, intimidar, secues-trar, torturar, asesinar, derribar cualesquiera amane-ceres), él afirmaba con subrayada certeza que la muerte era parte de la evolución -no de revolución, como alegaban tantos otros- y que el orden y el progreso jamás hallarían tierra fértil mientras los idealistas practicaran el libre albedrío.

Svetliza murió en enero de 1994 producto de un catarro, que como munición deliberada traspaso el paredón de su pecho sin la menor vacilación.

Eduardo Héctor Svetliza nació un febrero del sexcentésimo año después que Buda refiriera el inau-gural coloquio terrenal a sus primerizos discípulos. A los treinta y dos años de edad, bajo el rango de capitán de la Legión XII Fulminata, formó parte de las hordas romanas que invadieron Armenia y Judea al mando de Marco Antonio. Cuando las familias sometidas implo-raban piedad, él desenvainaba su espada corta y se la ofrecía al patriarca. “Otras son las bondades que persigo, impostores. El edicto real impone la muerte de todo y cualquier detractor del imperio y sus leyes. En el filo del hierro se dormirá la savia de vuestras madres e hijos, y obtendrás, a cambio, un principio de libertad.”, mascullaba Svetliza  ante el horror colateral de la muerte y sus mentados discípulos.

Svetliza murió en febrero del año 62 después de Cristo (afirman ciertos historiadores pretensiosos de repre-sentar el dogma) a causa del fortuito devaneo que lo entrecruzara con una serpiente de cuerpo lánguido y semblante estridente. El filo de un crochet embargó el destiempo.

Eduardo Héctor Svetliza nació un marzo, tres mil trescientos treinta y siete otoños después de que Huang Di (El Emperador Amarillo) implementara los cinco ciclos de doce años tutelados por animales característicos y elementales, dando inicio al calendario Chino. A los treinta y cinco años de edad, bajo el rango de funcionario militar de la emperatriz Wu Hou durante la Dinastía Tang, formó parte de la guardia que arraso la revuelta instigada por An-Lushang en detrimento del poder imperial. Cuando los hijos de los campesinos se negaban a participar del servicio militar, él se añoraba en otro lugar, lejos de sus cuerdas voca-les, donde las efemérides sobrevinieran precedentes o póstumas, no en el instante mismo en el cual debían acontecer. Luego, cogía el dao. Luego, la sangre retrocedía aplastando el cuerpo de los desertores.

Svetliza murió un siglo más tarde, en marzo del año 837, producto de un alud; satisfecha la tierra, validado el entierro.

Eduardo Héctor Svetliza nació a mediados de Elafebolión, el mes de Artemisa Elaphêbolos (que persigue a los ciervos), en tanto se consumaban las Grandes Dionisias en Atenas, hacia el siglo V antes de Cristo (aquel al que reseña el dogma). A los cuarenta y siete años de edad, bajo el rango de comandante raso, concedido por Juvenal Habryrimana, el banyaruanda líder del régimen predominante en Ruanda, formó parte de la tribu Hutu consignada a devastar la universalidad del clan Tutsi. Cuando la noche, cíclica, caía una y otra vez detrás de sus andanzas, y los niños recogían las cabezas desprendidas de las familias decapitadas, él hojeaba las páginas de una bitácora que juzgaba inadmisible e ilustre, si bien sus manos se evadían tibias y prefiguradas ante una memoria no recurrida anteriormente. Aquel conjunto de pliegos, doblados y cosidos en forma de vademécum, incomo-daba a Svetliza: restituía los mares, los meandros secu-lares insertados inverosímilmente por la parábola de las sugestiones humanas o el ingenio imperfecto de una convergencia absoluta. De todos modos, la sangre goteaba desde el corte de su azada, algo resplande-ciente, algo incipiente. Y así permanecía Svetliza: inmutable desde la paráfrasis de su alma surcándole los pies hacia el minúsculo espasmo impregnado en su sonrisa.

Svetliza murió poco tiempo después, en los postigos de mil años más, producto de un resbalón insensato, contemplando a sus anchas el altozano de cráneos nebulares. Los testigos del accidente describieron con espanto y teatralidad el gesto ufano retratado en su rostro en el intervalo mismo en que se extinguía el resoplar, su inmortalidad.

Eduardo Héctor Svetliza son las formas que encarnan la arena y la luna para recoger la felicidad, son las penitencias que figura la alegoría para presenciar la secreción del dolor. Eduardo Héctor Svetliza simboliza y aúna las regresiones del sinfín, las aproximaciones del ingenio y los confines. Eduardo Héctor Svetliza fue la muerte hasta que está delego su presencia en cientos de simbolismos y entelequias.

Las carnes del sol, entreveradas en torno a la estirpe de la mar, sirvieron a Svetliza como palimpsesto en el cual desarrolló un extenso y cuidadoso ensayo sobre el contraste adversario. Dicho manuscrito, entregado al azar por una premeditación, fue impreso tiempo después bajo el entramado nombre de Biblia.

Enunciación de los amores
​

Tengo un amor prohibido, un amor no correspondido, un amor perdido, un amor de verano, y un amor que nunca olvido.
Tengo un amor primero creyendo que es el último, un amor tacaño y otro amor en vano.
Tengo un amor ideal y el ideal de un amor ideado.
Tengo el mayor de los amores a mi lado, que al cabo de un tiempo se vuelve un amor amontonado, apresu-rado, precoz.
Tengo un amor deshabitado, otro ligero, y uno aún más liviano que se escapa de mis manos.
Tengo un amor testimonial que solo aparece en vísperas de la elección de mi próximo enamorado.
Tengo un amor ciego que se choca las paredes y tropieza en cada vereda, un amor ciego que poco se deslumbra ante el sol del verano; ah, y también tengo un ciego enamorado.
Tengo un amor tirado en el ropero que lo uso en invierno, si, solo en invierno, cuando tengo frío y cambio mi orgullo por un abrazo.
También -y no se me juzgue- tengo un amor ocasional, es decir, un amor que es candidato a no volver y a dejarme llorando por haberlo desperdiciado.
Tengo un amor de barrio que me llama al pasar y se esconde cuando le hablo.
Tengo, se los confieso, tengo, al menos, un amor seguro que es inseguro de su amor.
Tengo un amor ofendido, un amor descuidado, un amor arrepentido.
Tengo un amor que me golpea, con sus labios y con sus manos, pero lo acepto, y me resigno, porque al fin y al cabo tengo un amor cercano, y se equivocan si piensan que es un amor envenenado, porque ese amor me ama aunque a veces me haga daño. (¡Es que en verdad no sé cómo dejarlo! ¡Su amor es una caricia de sangre que terminará por asfixiarme!)
Tengo un amor sepultado, uno piantao y un tercero arremolinado.
Tengo un amor secuestrado que se insinúa pero continúa desaparecido, como tantos amores que sólo se insinúan...
Tengo un amor recetado para curar la soledad, lo tomo en pequeñas dosis diarias, después de las comidas, y me quedo aguardando que haga efecto. Pero el tratamiento es largo…
Tengo un amor a distancia y otro a pocas cuadras, ambos al mismo tiempo, pero con ninguno me veo.
Tengo un amor pletórico, un amor visceral y un amor salvaje.
Tengo amores coleccionables, amores estampitas, amores de figurita.
Tengo un amor alérgico,  alérgico a las pelusas y a los ácaros, un amor alérgico a los cambios, un amor que no se va, un amor bacteriano.
Tengo un amor resfriado, un amor con catarro, un amor cóncavo y un amor convexo.
Tengo un amor que apesta a encierro, y tres o cuatros amores naftalina que evitan que se apolille.
Tengo un amor comestible, preparado para aquellas noches donde ese maldito antojo por comer algo dulce no me deja dormir y me pone de mal humor.
Tengo un amor para hervir, si, para hervir a fuego lento, con una pizca de sal y unas gotitas de aceite (no vaya a ser que se pegue). Tengo un amor para hervir, y rara vez lo saco a tiempo.
Tengo un amor que me da hoy los besos de ayer.
Tengo un amor de cuentagotas y las gotas sobre mi cuerpo erizado.
Tengo un amor atajo al que llego más rápido que el resto.
Tengo un amor fusilado contra las paredes de mi corazón tras la orden de un general desenamorado.
Tengo un amor reaccionario que protesta contra la escases.
Tengo un amor por todas partes, un amor cansado de esperarse a sí mismo.
Tengo un amor cantado, un amor edificado, un amor esculpido, un amor pintado, un amor desdibujado, un amor bailado, un amor teatralizado, un amor litera-turizado.
Tengo un amor que presiento, que respiro, que olfateo.
Tengo un amor que mastico, que babeo, que acaricio.
Tengo un amor retorcido, un amor agrietado y un amor perforado.
Tengo un amor regalado y con mal aliento,  pero al amor regalado no se le miran los dientes. Tengo un amor que no me sabe querer y aun así, lo amo.
Tengo un amor inflamado, un amor desgarrado, un amor resucitado.
Tengo un amor pre-fabricado, que me llega por encomienda, y cuando lo abro las piezas no encajan, entonces me doy cuenta que hasta dentro de cierto tiempo, tendré un amor desarmado en algún rincón de mi casa.
Tengo un amor real que desconozco y un amor ima-ginario al que no le pierdo pisada.
 
Tengo, al fin de cuentas, las posibilidades del amor en mis años.


Imagen
CLIMA, ilustración final del libro "Repeticiones, reiteraciones" de Ignacio A. Rosas
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