Federico L. Baggini
"En espera de esperar tropecé con 
lo inesperado: 
un adiós sin querer, 
 la piel  de una mariposa 
revoloteando en mi vientre."

Federico L. Baggini
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FRAGMENTOS DE 
"ACARICIAPÁJAROS Y OTROS CUENTOS"


RÍO DE ARENA EN TIERRAS DE AGUA

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  • (...) Sentado donde ya nadie tiene calma que abandonar, me propuse olvidar cuanto me pertenecía -y agradezcan si alguna vez me importó-. Por aquellos días, el almuerzo consistía en cultivar los cantos del Ruiseñor, el olor a pasto de Plaza de Mayo, y alguna que otra risa moribunda entre vientos furtivos. ¿Serviría intentar probar bocado? Mi estómago se había acostumbrado a la soledad, al ayuno, al invierno. Una y alguna otra vez afloraba un suspiro, corolario al contemplarme desnudo entre mis cabales. (...)

LA DESAPARICIÓN DE LOS PARQUES

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(...) Esa fue la primera vez que moría. Había comenzado a soñar el crimen unas horas antes. Lo descuidó por mosquitos zumbantes, volvió a invocarlo cuando retornaba descalza a la cama; se abandonaba delicadamente en el argumento, se dejaba seducir por la silueta de los soñados. (...) 
(...) Tendida en su colchón preferido, de espaldas a la cocina que la hubiera inquietado como una súbita instancia de desconciertos, permitió que sus parpados se plegaran una y otra vez y se dispuso a evocar los últimos instantes del homicidio. Su deseo atraía sin empeño los rostros y las voces de los personajes; el ensueño fingido la esclavizó casi de inmediato. Saboreaba el agrado apenas morboso de alejarse recordando aspectos y modelos de lo que la llamaba (...)


HUELLAS

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(...) Estos amigos no le caen en gracia a mi madre. La hermana de uno es mi novia. Nos conocimos de niños y surgió naturalmente, como debía ser. Ella es sencilla, trabajadora, desordenada, irresistible; a su lado pude respirar. Tenía treinta años y aun vivía con mis padres. Siempre hallaban una excusa para retenerme. Con todo, cuando surgía la oportunidad de prosperar, ellos la truncaban. Soy hijo único, supongo que eso explica muchas cosas. “Te vas por esa mocosa de porquería, ¿no?”, dice mi madre. Procurando no herir su orgullo le contesto: “Me voy por vos, ma, no te soporto más (...)

EL PACIENTE

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​Caminaba encorvado, oliendo las baldosas. Balbuceaba monosílabos. El padre de Lucía, en cambio, era un señor bien despierto, despabilado, bicho de ciudad. Jorge no. No vivía en la ciudad, no venía siquiera, salvo para el cumpleaños de alguno de sus herederos. Ensaimada. Regalaba eso. No importaba el mes, el día, la edad, el sexo. Ensaimada sería. De dulce de leche o crema pastelera, pero ensaimada al fin. Se dieron la mano, se dirigieron unas palabras. Ambos volvieron sobre sus pasos sin quitarse los ojos de encima, sospechándose. “Sentado, sintiéndote miserable, no vas conseguir la  felicidad, che”, acostumbraba repetir Jorge en sus años de lucidez. 

ACARICIAPÁJAROS

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(...) Un papel, una imaginación y varios lápices de colores. Dibujó con dificultad la forma de un hombre. Por momentos deslizaba una mirada a través de la ventana. La observaba precipitarse de lado a lado del huerto, ahuyentando los pájaros. Fuera lunes, viernes o domingo allí la veía, correteando al grito de chus chus, elevando sus brazos al cielo como el cuerpo de un manzano. ¡Cómo concentrarse! Debe fingir que no existe, que hay otras. Su movilidad efímera de cielo, imperceptible y constante, es su delicia. Ama de ella lo que desconoce, lo que aún no ha perdido. Al hombre sobre el papel, lo vistió con una camisa de franela, un vaquero color azul, botas con espuelas, guantes de trabajo, un sombrero de paja.  Sobre el hombro derecho, colocó un mirlo de madera. Bajo el trazo y los crayones sintió el boceto de una criatura por nacer. (...)


FÁBULA DEL APÓLOGO

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(...) Los castigos dejaban el suplicio. El cadalso admitía la necesidad de la naturaleza. La horca se debilitaba en su práctica, y la resignación disgustaba al verdugo. El patíbulo desafiaba la sumisión impidiendo el martirio. El calvario pretendía innovar con métodos delicados, imprecisos. La crucifixión embellecía un sacrificio ancestral. El sufrimiento dirimía su don contrayendo menesteres ajenos. Desde su taburete de fuego, el portador de la guadaña ordenó la gestación de una tortura que supliera a las demás. Un demonio de tez blanca orientó su mirada brillosa en la creación. Despuntó la aurora. Una vibración estrepitosa resonó afuera, movilizando los cielos de tierra y la tierra de los cielos. Angustiada, la parca exigió la invención y a sus manos la acarrearon. (...)


EL CANTERO

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(...) Como presagiaron, a la tarde siguiente los perros volvieron con un cachorro de nueve semanas y un trebejo oxidado, en el que había restos de comida, agua podrida, un listón de mujer, y hormigas en los bordes. Marcaron el territorio y durante varios meses durmieron días enteros. El perro se levantaba para beber de algún charco, y el cachorro, un animal peludo, rechoncho y marrón, adiestraba sus ladridos. (...)

EL JUEGO

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(...) 
-        El agua. –pensaron
-        El Agua forma el cielo, y las nubes.
-        El agua forma los cuerpos.
-        El agua forma las formas.
-        El agua no se manipula, no se perturba, no se corrompe, no se simula.
-        El agua reencarna.
-        Concluida, la última existencia del Ser, asúmase ésta procedente de la contrariedad o la meditación; es agua. Sin distinciones ni apelaciones. Cuanto otrora fue, será agua. (...)


LA CASA DEL ÁRBOL

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(...) Es inútil intentar olvidar la disposición de los muebles. Una mesa, una silla acolchonada, un sillón agrietado rebosando goma espuma y dos mecedoras barnizadas (de mi difunta Nona Camila) a simple vista, del lado que daba a la casa de los Ñuñuka. Una veintena de peldaños de madera distanciaba a la tierra de la casa del árbol. La entrada era una abertura dispuesta en una de las paredes, desprolija y deforme. De modo que tanto Betina como yo ascendíamos por la escalera y cruzábamos la abertura; tenía a los lados dos ventanas que miraban a la casa de los vecinos, y en el techo una lumbrera que llevaba a la copa del árbol. No había cocina ni baño, y eso era lo malo: cada vez que teníamos ganas de…bueno, ya saben, no quedaba más remedio que bajar y correr antes de que fuera demasiado tarde y nuestras ropas fueran evidencia del desliz. (...)

UN TRECHO, UN TRAMO

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(...) Cedo el asiento: primero las ñiñas y los ñiños, a las embarazadas, las ancianas y los ancianos. Les donamos el asiento con un ademán desequilibrado, harto nerviosos, sin intermediarios ni terceros expectantes, rastreadores de escenas cotidianas que transforman en rumores determinantes, en chismes dispersados durante la tarde como un hecho trascendente relevante en sus vidas monótonas, precarias de alicientes. Mientras simulamos variar los elementos de donde nos tomamos (una caída seria irreversible motivo de desentenderse del viaje), espiamos. (...)

EL HOMBRE Y EL LEÓN

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(...) La angustia colmaba su razón. No bebía ni comía; otros lo hacían por él. Los ocasos lo encontraban contemplando su reflejo estriado tras la cara lisa del lago Chilka. Una de esas veces descubrió en lo profundo una criatura perturbadora de la cual no podía apartar sus ojos. La persiguió con la mirada, se maravilló de sus piruetas. Esa criatura se acercaba cantando a la superficie y cuando hubo entre ambos una fina piel de agua se detuvo y apoyó su rostro peludo debajo del reflejo del hombre. Éste vio cómo los rasgos de uno y de otro se enredaban hasta fundirse en una sola apariencia. Sobresaltado, dio un paso hacia atrás y frotó sus párpados. Al abrirlos, distinguió a un león surgir del lago. Paseaba con su torso erguido, parado sobre sus patas traseras, entonando arpegios submarinos. (...)


ALGUNAS MANERAS DE LA MAÑA

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(...) Espera lo mejor de él, pero no la perfección; en cambio aguarda lo peor de ti y él te irá perfeccionando. Hay vidas que solo nacen, él es una de ellas. El deshielo de una mano -como dimensión abocada a la insinuación de un ideal- articuló el engranaje inmóvil que altera la noción establecida de esfuerzo: él permanece sosegado mientras nosotros damos cuerda a su contextura henchida de sentido y suceso que no alcanzaremos sino hasta el final. (...)


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